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Nada me han enseñado los años, siempre caigo en los mismos errores

by | Dic 21, 2020

Imaginen un lugar en donde unos campesinos siembran algún tipo de vegetales, y los habitantes de las ciudades los compran porque saben bien en ensaladas.

Imaginen que el precio de esos vegetales es de $30 el kilo en un momento dado.

De repente un año el precio se va a $35, porque hubo mal clima. Entonces hubo menos producción y subió el precio. Al año siguiente el precio bajó a $25 porque sucedió lo opuesto y los campesinos produjeron mucho más de lo habitual.

Todo iba marchando más o menos de esa manera hasta que llegó El Gobierno Bueno. Ese Gobierno Bueno no era de permitir que los precios los determinara el mercado, no señor. El Gobierno Bueno estaba a favor de ayudar al pueblo bueno, porque en ese lugar todo era bondad digna de Cartilla Moral.

“¿Trabajar de sol a sol, estar horas agachado pizcando los vegetales, para que nuestros campesinos buenos reciban en promedio solo $30 el kilo por sus vegetales? No, señor. Eso lo hacían los Gobiernos Malos y dónde estabas cuando y callaste como momia”, dijeron los voceros del Gobierno Bueno. A partir de ahora el precio será de $200. Claro que es justo: eso permite que los campesinos ganen más. ¿O qué, quieres matarlos de hambre, maldito facho?”.

Entonces el Gobierno Bueno quiso ayudar a los campesinos buenos con un precio bueno de $200.

Qué bueno que ahora sí el Gobierno Bueno ve por los pobres.

Pero pasan algunos meses y la situación no va TAN bien. Sí, el precio del vegetal es ahora de $200 y los campesinos le ganan mucho.

O le ganarían, si vendieran.

Porque el 99% de los que compraban ese vegetal a $30 pesos ya no lo compran ahora que vale $200. Sí, el vegetal sabía muy bien con limón y Tajín, pero casi nadie quiso pagar 600% más. Empezaron a comprar algunos productos sustitutos como la jícama o la zanahoria, que más o menos saben igual y tienen las mismas proteínas y minerales.

Fracasó el proyecto del Gobierno Bueno. Quiso ayudar a los campesinos buenos, a diferencia de los Gobiernos Malos. Pero a los campesinos les iba peor. Parece que era mejor negocio vender 100 kilos de producción a $30 que vender 50 gramos a $200 y que se pudriera lo demás.

Quién lo hubiera dicho.

Entonces el Gobierno Bueno se puso a arreglar otro problema, esta vez del lado de los compradores. Y es que tampoco iba bien la economía en general y los sueldos de las familias no eran buenos y encima pagar mucho por los vegetales, pues no. Los gobiernos malos exprimían a las familias buenas, pero eso ya no iba a pasar más. Entonces salió un decreto, porque el Gobierno Bueno creía que las cosas se resolvían por decreto.

“Para favorecer a las familias buenas, ahora el precio de ese vegetal será de $3. Imaginen, con el Gobierno Malo si tenías $300 te alcanzaba para 10 kilos solamente de vegetal. Pero ahora con el nuevo precio de $3 ya te alcanza para 100 kilos. Gracias a este decreto se multiplicó por 10 el poder adquisitivo de las familias buenas”.

La gente no cabía en sí de alegría. Por fin eran escuchados desde el Gobierno Bueno. Seguirían llevando sus mismos $30 para vegetales, pero regresarían con 10 kilos en vez de uno. Hasta podrían regalarle vegetales a los vecinos. Qué maravilla. Todos a comprar.

Y llegaron a comprar muy felices.

Pero no había de ese vegetal.

Porque los campesinos no iban a partirse el lomo durante toda la temporada agrícola para vender su producto a $3. Entonces mejor sembraron elotito, trigo o cualquier otra cosa. Pero no ese vegetal de $3.

“Era mejor cuando costaban $30. Al menos había y podías comprarlos de repente. Ahora que cuestan según esto $3, la verdad es que no existen. Era mejor la situación anterior…”.

Tras esos dos descalabros del Gobierno Bueno, la gente estaba confundida. “¿A poco los precios en un mercado con competencia, con libre producción, bajas barreras de entrada y presencia de productos sustitutos son algo más que números arbitrarios impuestos por el gran capital? ¿A poco son mecanismos que dependen de la participación de miles de productores y millones de consumidores, que equilibran la cantidad entre lo que los campesinos están dispuestos a producir con el que las familias están dispuestas a comprar?”, se preguntaban.

“Sí”, les dijo uno que ya había entendido.

“No podía saberse”, dijo el Gobierno Bueno. “No es culpa de nadie”, dijeron sus porristas. “Nosotros no votamos por esto”, dijeron sus facilitadores.

“En realidad sí habían votado por eso”, dijo el narrador con voz de Enrique Rocha.

“¿Quién lo hubiera dicho?”, preguntaban sorprendidos.

Pues lo hubiera dicho, y en realidad lo dijeron, cualquiera que hubiera tomado el curso más elemental de Microeconomía Básica.

Claro, no todos tienen acceso a ese tipo de cursos. ¿Quién más lo habría podido decir? Quien haya vivido en tiempos de Echeverría y López Portillo. Quien haya visto la recurrente situación con los populismos latinoamericanos. Quien haya visto lo que pasó en Venezuela desde que llegó Hugo Chávez.

Back to the future, ahora tenemos al Gobierno Bueno de México decretando incrementos importantes del salario mínimo. Y tenemos a muchas personas aplaudiendo que las cosas van a mejorar por decreto.

Pero ya a estas alturas deberíamos saber que no es así.

Un salario mínimo más alto no va a causar inflación, es cierto. Porque el salario promedio es mucho mayor. Pero por esa misma razón va a beneficiar a muy pocos.

Habrá quien diga “pues con que ayude a 100 nada más es suficiente”. De entrada suena bonito ayudar a ese pequeño grupo. Claro.

El problema es a costa de quién queremos beneficiar a esos 100. A quién le estamos cargando la mano. ¿Es a las empresas más grandes de México, esas empresas que tienen decenas de miles de empleados y venden miles de millones de pesos al año? ¿A poco estoy diciendo que esas empresas van a sufrir por pagarle un poco más a unos pocos?

No. Para nada.

Pero las microempresas sí. Esos changarros formales que son propiedad de personas que arriesgaron capital y tranquilidad para emprender, y a quien este gobierno ha tratado de la peor manera posible. Ese microempresario que sabe que en todo el mundo se apoyó a negocios como el suyo, y que en México ni las gracias le dieron. Ese al que no le permitieron diferir el pago de impuestos, al que lo obligaron a cerrar por meses sin indemnización, a quien el SAT está cazando inmisericordemente, al que la CFE puntualmente le envió recibos cada vez más caros con amenaza de corte. Es a ese microempresario al que le están cargando la mano para cubrir con el incremento del salario mínimo.

Y muchos no van a poder.

Y van a cerrar. O se van a ir a la informalidad.

Y varios empleados que ganaban $100, y ahora por decreto cobrarían $115, pues se quedarán sin chamba.

Ese empleado bueno va a ver que estaba mejor CON trabajo de $100 que SIN trabajo de $115.

Porque cuando por decreto el Gobierno Bueno aumenta en ese monto el salario mínimo, en medio de la mayor recesión económica desde 1932, que a muchas empresas las tomará en semáforo rojo, lo que está haciendo es condenarlas a cerrar o a pasar a la informalidad.

Y ese empleado bueno al que querían ayudar acabará peor. Es que la película la hemos visto muchas veces en Latinoamérica. Pero parece que es como Los Simpson: aunque la hayamos visto muchas veces, siempre podemos ver otra vez los capítulos. Ya lo dijo José Alfredo en el fragmento de canción que da título a estas líneas.

“Bueno”, dirán los que apoyan estas medidas porque odian a los empresarios grandes, “pero esto como quiera en algo afectará a los billonarios FORBES y al menos les quitamos algo y lo repartimos a los de abajo”.

Pero resulta que no están tomando en cuenta algo: México es un país intensivo en mano de obra porque los sueldos son bajos. Es decir, un restaurante mexicano tiene muchos más empleados que otro equivalente en Estados Unidos o Europa. ¿Pero qué pasa a medida que aumentan los salarios? Pues que van automatizando, optimizando, cambiando procesos. Y en vez de la seño que gana salario mínimo en la recepción pones un conmutador. En vez del que gana salario mínimo en el restaurante de comida rápida pones una máquina que tome órdenes. En vez de que haya un regimiento de meseros y garroteros pues que a cada uno le toquen 8 mesas en vez de 6. En vez del empleado en el punto de servicio en alguna plaza comercial, que sea vía la app.

Y es que los empresarios grandes tienen los recursos para hacer las inversiones necesarias para prescindir del personal que dé menor valor agregado. En algunos casos no las hacen porque el salario mínimo está en $100 y para qué le mueves. Pero si está en $115 es más probable que lo hagan. Y en $130 aún más. ¿Y en $145? Puedes apostar que lo van a hacer. Pagarán buenos sueldos a personas preparadas de consultoría para que optimicen la operación de su empresa y prescindan de las personas que menos aportan, pero que proporcionalmente cada vez cobran más.

Entonces los incrementos de salarios mínimos claro que ayudarán a mejorar los salarios promedio. Pero de los que tienen MBA en universidades gringas y son expertos en reingenierías que dejen sin trabajo a los trabajadores de abajo que serán cada vez más caros.

¿Cuál es entonces la salida? ¿Cómo mejoramos los salarios promedio? ¿Cómo hacemos irrelevante el tema del salario mínimo? Ya lo comenté más ampliamente en un artículo anterior. Pero va de nuevo de forma breve: si hoy hay 10 empresas en una actividad X en la región Y, los sueldos subirán de manera importante cuando en esa actividad X en la región Y haya 30 empresas. Para eso se necesita hacer justo lo contrario a lo que este Gobierno Bueno está haciendo.

Por eso, como no están haciendo la tarea que hay que hacer para lograr buenas calificaciones, quieren decretar que son un Gobierno Bueno.

No lo son.