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Por una familia de verdad tradicional

Por una familia de verdad tradicional

El Frente Nacional por la Familia está haciendo realidad la plegaria de la esposa del Reverendo Alegría. ¡Por fin, por fin alguien quiere pensar en los niños!

Y es que las ideologías de género están destruyendo a las familias tradicionales, las que deben de ser. Y esas familias, perdónenme ustedes, no incluyen dos papás ni dos mamás. No, señor.

Para que no digan que hay odio (porque en realidad los del Frente por la Familia no odian a los gays, sino que les tienen compasión, lástima, rezan por ellos, y no quieren que tengan derechos pero no por ellos, sino por los niños), han llegado incluso a admitir que se puede institucionalizar la segunda división de las relaciones personales, las sociedades de convivencia. ¿Pues qué problema tienen los homosexuales con las palabras? Que se queden ese título y ya. Aish, de veras con ellos…

Al final está claro: “Si alguno se acuesta con varón como se acuesta con mujer, los dos han cometido abominación; ciertamente han de morir. Su culpa de sangre sea sobre ellos”. Está en la Biblia. Y contra eso no hay poder terrenal que valga.

Pues bien, ahí la lleva el Frente de la Familia. Tiene respaldo bíblico, no es discriminador porque graciosamente le concede a los homosexuales que se medio casen pero que se llame diferente (tomando el bello ejemplo de las escuelas segregadas de Estados Unidos, “Separados pero Iguales”, o las Leyes de Jim Crow), y quiere regresar al concepto de familia que, no se hagan los muy progres, todos conocemos y tenemos en mente.

Yo digo que el Frente debería seguir. No se debe conformar con migajas. Regresemos a la familia tradicional, esa de padre proveedor y madre ama de casa. ¿O a poco la familia tradicional tenía a la esposa estudiando carreras profesionales, posgrados, trabajando, dirigiendo empresas? No, señores. Tradición es tradición. Las mujeres a sus casas, que vayan a la primaria un par de años para que sepan leer, escribir, sumar y restar (lo necesario para hacer recetas de cocina, listas de supermercado y entenderle a los electrodomésticos), y después que aprendan lo que nuestras abuelas, bisabuelas y tatarabuelas (y sus tatarabuelas antes que ellas) sabían hacer: lavar pañales, coser botones, hacer pozole para maridos crudos y demás labores propias de su género. Porque así ha sido miles de años. La mujer en casa. No queramos cambiar eso por ideas nuevas.

Si hay un versículo en la Biblia sobre lo mal que está ser homosexual, y con la palabra de dios no hay que meterse, pues también lo hay sobre mujeres que tienen la osadía de ser maestras, empresarias o directivas en empresas: “Yo no permito que la mujer enseñe ni que ejerza autoridad sobre el hombre, sino que permanezca callada. Porque Adán fue creado primero, después Eva”. Y háganle como quieran.

Y ya por último, si algunas mujeres con claras desviaciones quieren estudiar o poner un negocio, aún en contra de lo que siempre ha sido una familia tradicional y de las enseñanzas de la Biblia, pues ni modo. Que lo pongan. Pero no podemos permitir que vayan a universidades. Porque las universidades se hicieron para hombres, no para mujeres. Siempre fue así. Si las mujeres quieren estudiar que lo hagan pero sus escuelas se llamarán “planteles”. Digo, es lo mismo, nada más cambia el nombre. ¿O qué, no les gusta la palabra “plantel”? Todavía que se les da el derecho y andan de limosneras con garrote.

Del mismo modo si hacen una empresa no deberían hacerlo como Sociedad Anónima. Ese nombre debe ser únicamente para empresas con socios varones. Que si se juntan mujeres se llamen “asociaciones con carácter mercantil” y ya. O algún otro nombre de segunda división, que el principal ya está reservado. ¿Que por qué hay que usar un nombre diferente para hablar de lo mismo? Pues porque siempre las sociedades anónimas eran de hombres, porque las mujeres estaban en casa pariendo y bordando. Típica familia tradicional. Así era antes, pregúntenle a sus tías.

Entonces que el Frente por la Familia siga. Por los niños. Por fin alguien piensa en los niños que se quedan en guardería o con los abuelos o en “day-care” en su kínder porque sus mamás están haciendo cosas que sus tatarabuelas no hacían. ¿O qué, sus tatarabuelas fueron a la universidad? ¿No, verdad? Eso era una familia tradicional.

¿A poco no suena absurdo quitarle a las mujeres el lugar en la sociedad que se han estado ganando con enormes y admirables esfuerzos? ¿No le es obvio a cualquier hombre que la tarea está incompleta y que lejos estamos aún de la justicia? ¿Se justifica invocar libros religiosos para negarles derechos? ¿Si una mujer estudia lo mismo que un hombre, no debe tener el mismo título profesional sin que le cambiemos el nombre “por haber sido obtenido por una mujer”? Si nuestras tatarabuelas se quedaron en casa, ¿nuestras esposas, hermanas, hijas, amigas, deben quedarse también?

Bueno, pues así de absurdo suena negarle derechos a los homosexuales.

No a discriminarlos por razones religiosas.

No a llamarle diferente al mismo acto jurídico.

No a prohibirles, en nombre de una familia tradicional, formar la que ellos consideren, con los mismos requisitos que se le pediría a cualquier persona.

Porque SON como cualquier otra persona.

Aunque a algunos se les olvide.