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Nada me han enseñado los años, siempre caigo en los mismos errores

Imaginen un lugar en donde unos campesinos siembran algún tipo de vegetales, y los habitantes de las ciudades los compran porque saben bien en ensaladas.

Imaginen que el precio de esos vegetales es de $30 el kilo en un momento dado.

De repente un año el precio se va a $35, porque hubo mal clima. Entonces hubo menos producción y subió el precio. Al año siguiente el precio bajó a $25 porque sucedió lo opuesto y los campesinos produjeron mucho más de lo habitual.

Todo iba marchando más o menos de esa manera hasta que llegó El Gobierno Bueno. Ese Gobierno Bueno no era de permitir que los precios los determinara el mercado, no señor. El Gobierno Bueno estaba a favor de ayudar al pueblo bueno, porque en ese lugar todo era bondad digna de Cartilla Moral.

“¿Trabajar de sol a sol, estar horas agachado pizcando los vegetales, para que nuestros campesinos buenos reciban en promedio solo $30 el kilo por sus vegetales? No, señor. Eso lo hacían los Gobiernos Malos y dónde estabas cuando y callaste como momia”, dijeron los voceros del Gobierno Bueno. A partir de ahora el precio será de $200. Claro que es justo: eso permite que los campesinos ganen más. ¿O qué, quieres matarlos de hambre, maldito facho?”.

Entonces el Gobierno Bueno quiso ayudar a los campesinos buenos con un precio bueno de $200.

Qué bueno que ahora sí el Gobierno Bueno ve por los pobres.

Pero pasan algunos meses y la situación no va TAN bien. Sí, el precio del vegetal es ahora de $200 y los campesinos le ganan mucho.

O le ganarían, si vendieran.

Porque el 99% de los que compraban ese vegetal a $30 pesos ya no lo compran ahora que vale $200. Sí, el vegetal sabía muy bien con limón y Tajín, pero casi nadie quiso pagar 600% más. Empezaron a comprar algunos productos sustitutos como la jícama o la zanahoria, que más o menos saben igual y tienen las mismas proteínas y minerales.

Fracasó el proyecto del Gobierno Bueno. Quiso ayudar a los campesinos buenos, a diferencia de los Gobiernos Malos. Pero a los campesinos les iba peor. Parece que era mejor negocio vender 100 kilos de producción a $30 que vender 50 gramos a $200 y que se pudriera lo demás.

Quién lo hubiera dicho.

Entonces el Gobierno Bueno se puso a arreglar otro problema, esta vez del lado de los compradores. Y es que tampoco iba bien la economía en general y los sueldos de las familias no eran buenos y encima pagar mucho por los vegetales, pues no. Los gobiernos malos exprimían a las familias buenas, pero eso ya no iba a pasar más. Entonces salió un decreto, porque el Gobierno Bueno creía que las cosas se resolvían por decreto.

“Para favorecer a las familias buenas, ahora el precio de ese vegetal será de $3. Imaginen, con el Gobierno Malo si tenías $300 te alcanzaba para 10 kilos solamente de vegetal. Pero ahora con el nuevo precio de $3 ya te alcanza para 100 kilos. Gracias a este decreto se multiplicó por 10 el poder adquisitivo de las familias buenas”.

La gente no cabía en sí de alegría. Por fin eran escuchados desde el Gobierno Bueno. Seguirían llevando sus mismos $30 para vegetales, pero regresarían con 10 kilos en vez de uno. Hasta podrían regalarle vegetales a los vecinos. Qué maravilla. Todos a comprar.

Y llegaron a comprar muy felices.

Pero no había de ese vegetal.

Porque los campesinos no iban a partirse el lomo durante toda la temporada agrícola para vender su producto a $3. Entonces mejor sembraron elotito, trigo o cualquier otra cosa. Pero no ese vegetal de $3.

“Era mejor cuando costaban $30. Al menos había y podías comprarlos de repente. Ahora que cuestan según esto $3, la verdad es que no existen. Era mejor la situación anterior…”.

Tras esos dos descalabros del Gobierno Bueno, la gente estaba confundida. “¿A poco los precios en un mercado con competencia, con libre producción, bajas barreras de entrada y presencia de productos sustitutos son algo más que números arbitrarios impuestos por el gran capital? ¿A poco son mecanismos que dependen de la participación de miles de productores y millones de consumidores, que equilibran la cantidad entre lo que los campesinos están dispuestos a producir con el que las familias están dispuestas a comprar?”, se preguntaban.

“Sí”, les dijo uno que ya había entendido.

“No podía saberse”, dijo el Gobierno Bueno. “No es culpa de nadie”, dijeron sus porristas. “Nosotros no votamos por esto”, dijeron sus facilitadores.

“En realidad sí habían votado por eso”, dijo el narrador con voz de Enrique Rocha.

“¿Quién lo hubiera dicho?”, preguntaban sorprendidos.

Pues lo hubiera dicho, y en realidad lo dijeron, cualquiera que hubiera tomado el curso más elemental de Microeconomía Básica.

Claro, no todos tienen acceso a ese tipo de cursos. ¿Quién más lo habría podido decir? Quien haya vivido en tiempos de Echeverría y López Portillo. Quien haya visto la recurrente situación con los populismos latinoamericanos. Quien haya visto lo que pasó en Venezuela desde que llegó Hugo Chávez.

Back to the future, ahora tenemos al Gobierno Bueno de México decretando incrementos importantes del salario mínimo. Y tenemos a muchas personas aplaudiendo que las cosas van a mejorar por decreto.

Pero ya a estas alturas deberíamos saber que no es así.

Un salario mínimo más alto no va a causar inflación, es cierto. Porque el salario promedio es mucho mayor. Pero por esa misma razón va a beneficiar a muy pocos.

Habrá quien diga “pues con que ayude a 100 nada más es suficiente”. De entrada suena bonito ayudar a ese pequeño grupo. Claro.

El problema es a costa de quién queremos beneficiar a esos 100. A quién le estamos cargando la mano. ¿Es a las empresas más grandes de México, esas empresas que tienen decenas de miles de empleados y venden miles de millones de pesos al año? ¿A poco estoy diciendo que esas empresas van a sufrir por pagarle un poco más a unos pocos?

No. Para nada.

Pero las microempresas sí. Esos changarros formales que son propiedad de personas que arriesgaron capital y tranquilidad para emprender, y a quien este gobierno ha tratado de la peor manera posible. Ese microempresario que sabe que en todo el mundo se apoyó a negocios como el suyo, y que en México ni las gracias le dieron. Ese al que no le permitieron diferir el pago de impuestos, al que lo obligaron a cerrar por meses sin indemnización, a quien el SAT está cazando inmisericordemente, al que la CFE puntualmente le envió recibos cada vez más caros con amenaza de corte. Es a ese microempresario al que le están cargando la mano para cubrir con el incremento del salario mínimo.

Y muchos no van a poder.

Y van a cerrar. O se van a ir a la informalidad.

Y varios empleados que ganaban $100, y ahora por decreto cobrarían $115, pues se quedarán sin chamba.

Ese empleado bueno va a ver que estaba mejor CON trabajo de $100 que SIN trabajo de $115.

Porque cuando por decreto el Gobierno Bueno aumenta en ese monto el salario mínimo, en medio de la mayor recesión económica desde 1932, que a muchas empresas las tomará en semáforo rojo, lo que está haciendo es condenarlas a cerrar o a pasar a la informalidad.

Y ese empleado bueno al que querían ayudar acabará peor. Es que la película la hemos visto muchas veces en Latinoamérica. Pero parece que es como Los Simpson: aunque la hayamos visto muchas veces, siempre podemos ver otra vez los capítulos. Ya lo dijo José Alfredo en el fragmento de canción que da título a estas líneas.

“Bueno”, dirán los que apoyan estas medidas porque odian a los empresarios grandes, “pero esto como quiera en algo afectará a los billonarios FORBES y al menos les quitamos algo y lo repartimos a los de abajo”.

Pero resulta que no están tomando en cuenta algo: México es un país intensivo en mano de obra porque los sueldos son bajos. Es decir, un restaurante mexicano tiene muchos más empleados que otro equivalente en Estados Unidos o Europa. ¿Pero qué pasa a medida que aumentan los salarios? Pues que van automatizando, optimizando, cambiando procesos. Y en vez de la seño que gana salario mínimo en la recepción pones un conmutador. En vez del que gana salario mínimo en el restaurante de comida rápida pones una máquina que tome órdenes. En vez de que haya un regimiento de meseros y garroteros pues que a cada uno le toquen 8 mesas en vez de 6. En vez del empleado en el punto de servicio en alguna plaza comercial, que sea vía la app.

Y es que los empresarios grandes tienen los recursos para hacer las inversiones necesarias para prescindir del personal que dé menor valor agregado. En algunos casos no las hacen porque el salario mínimo está en $100 y para qué le mueves. Pero si está en $115 es más probable que lo hagan. Y en $130 aún más. ¿Y en $145? Puedes apostar que lo van a hacer. Pagarán buenos sueldos a personas preparadas de consultoría para que optimicen la operación de su empresa y prescindan de las personas que menos aportan, pero que proporcionalmente cada vez cobran más.

Entonces los incrementos de salarios mínimos claro que ayudarán a mejorar los salarios promedio. Pero de los que tienen MBA en universidades gringas y son expertos en reingenierías que dejen sin trabajo a los trabajadores de abajo que serán cada vez más caros.

¿Cuál es entonces la salida? ¿Cómo mejoramos los salarios promedio? ¿Cómo hacemos irrelevante el tema del salario mínimo? Ya lo comenté más ampliamente en un artículo anterior. Pero va de nuevo de forma breve: si hoy hay 10 empresas en una actividad X en la región Y, los sueldos subirán de manera importante cuando en esa actividad X en la región Y haya 30 empresas. Para eso se necesita hacer justo lo contrario a lo que este Gobierno Bueno está haciendo.

Por eso, como no están haciendo la tarea que hay que hacer para lograr buenas calificaciones, quieren decretar que son un Gobierno Bueno.

No lo son.

De empresarios maratonistas

Imaginen ustedes que ven en un comentario de Facebook, una foto de INSTAGRAM, una bio de Twitter o en un chat de Whatsapp que alguien pone “3 veces IRONMAN, 19 veces maratonista, 2:54 mi mejor tiempo” ¿Cuáles suelen ser las reacciones? “Wow, muy bien”, “qué orgullo”, “eres una inspiración”.

Y sí, correr es un excelente ejercicio y para lograr terminar 19 maratones se necesita mucha disciplina, esfuerzo, mentalidad, foco, entrenamiento.

Ahora imaginen que esa misma persona (o cualquier otra, da igual) publica algo del estilo de “empecé con una taquería en un carrito afuera de mi casa, hoy tengo ya una cadena de 20. Doy empleo a 250 personas, mis utilidades netas el año pasado fueron de $18,000,000 y estoy muy contento porque me compré un Ferrari”. ¿Qué reacciones tendría esa publicación? “Pinche mamón”, “pégame por preguntón”, “habiendo tanto pobre y tú presumes tu carrazo”, “qué mal gusto la ostentación”.

Es curioso. Desde luego que tiene muchísimo mérito terminar un IRONMAN. Pero no menos mérito es progresar económicamente. Sí, hacer ejercicio mejora mucho tu salud, y qué bueno. Pero generar 250 empleos le cambia la vida a igual número de familias. Para tener utilidad neta hay que pagar impuestos, con lo que compartes tus utilidades con los demás (o eso pasaría si el gobierno hiciera buen uso de ellos, pero ese es otro tema). La compra del Ferrari puso contento al concesionario y más contento todavía al vendedor. Además, una cadena de taquerías vende tacos y los tacos son fuente de felicidad.

Hay muchas razones para sostener que le hace mucho más bien a la comunidad en su conjunto un empresario exitoso que genera empleos, paga impuestos y nos provee de tacos que un corredor, que no beneficia en la misma medida a los demás. Sin embargo, ¿a quién considera la sociedad egoísta, malo, sospechoso? Al empresario. En mayor o menor medida esto pasa en todo el mundo, pero en países latinoamericanos pasa mucho más. En México en general esa es la idea dominante, y del 2018 para acá eso se ha recrudecido.

Imaginen que pudiéramos pedir un deseo: que aparecieran en México mañana 10,000 empresarios que dieran cada uno 250 empleos, o que aparecieran 10,000 nuevos maratonistas. Creo que es obvio que lo primero sería más benéfico para la sociedad en su conjunto. Pero no es eso lo que en general se fomenta, no es lo que se ve bien, no es lo que se aplaude.

Las generaciones de niños más pobres de México, los de Chiapas, Oaxaca, Guerrero, Michoacán, llevan 40 años estudiando con maestros CNTE (cuando los maestros CNTE se dignan a dar clases). ¿Qué tan probable es que de ahí salgan muchos con ganas de emprender negocios formales, de arriesgar, de crecer, de dar empleo, de pagar renta, de pagar a proveedores, de pagar impuestos, de pagar contribuciones sociales y de todo lo demás que implica tener una empresa para, después de hacer todo eso, quedarse con el remanente, es decir las utilidades, para que su familia y ellos mismos disfruten de ellas? La CNTE ODIA a los empresarios en general. Con una concepción marxista de la economía, incluso ese que empezó con un solo puestito de tacos y hoy tiene una cadena es un explotador. Haga lo que haga, trate como trate a los empleados, les pague lo que les pague, intrínsecamente es una persona mala. Desde luego que la CNTE agrava todo en donde más se necesita tener espíritu emprendedor. Pero en general el resto de México es igual, con contadas excepciones (en Monterrey, en León, en Cancún, por poner algunos ejemplos, una mayor proporción de la sociedad ve bien a los empresarios).

¿Quieren una comprobación adicional de lo que les comento?

Platiquen esto con alguien más. Digan que una persona es IRONMAN y triatleta y corre maratones. Así sin más. ¿Qué tan probable es que le pongan una objeción? Muy pocas.

Ahora digan que esa misma persona es empresaria, el año pasado ganó varios millones y se compró un Ferrari. Les garantizo una retahíla de “ha de ser prestanombres empresario corrupto amigo de qué diputado será lavador de dinero no paga impuestos claro pagando sueldos de miseria empresario trinquetero puro outsourcing ha de ser no da kilos de a kilo si es mujer con quien se acostó para lograrlo claro con papá rico yo también me hago empresario”.

No quiere decir que no haya empresarios corruptos. Claro que los hay. Pero también hay corredores corruptos. El ejemplo más famoso tal vez es Roberto Madrazo, que en vez de número de corredor debió portar en el pecho las placas del taxi que lo llevó hasta la meta. En el Maratón de Ciudad de México por ejemplo han descalificado por tramposos a casi el 20% de los que supuestamente terminaron la carrera. Eso es un porcentaje altísimo. Quiere decir que en promedio podríamos desconfiar de 1 de cada 5 personas que presuman logros atléticos importantes.

Sin embargo no lo hacemos. Si alguien pone que corre y hace maratones y hace muchos kilómetros en bicicleta y terminó el IRONMAN, de entrada se la damos por buena. Lo puede presumir en redes y tendrá aplausos. No tiene que justificar “pero yo sí corrí de verdad, ¿eh?”. Tiene la ventaja de que correr es bien visto. Y qué bueno que lo sea. Y qué bueno que no desconfiemos en automático de un maratonista porque hay maratonistas tramposos.

Pero si alguien pone que creció su negocio y generó muchos empleos y gana mucho dinero y lo gasta en lo que se le antoje de entrada NO se la damos por buena. No lo puede comentar en redes, y si lo hace recibirá abucheos. Va a tener que justificar que sí paga impuestos, que su lana no es de contratos con el gobierno, que no es prestanombres de alguien, que paga sueldos y prestaciones de ley, y que le entrega a sus clientes el bien o servicio por el que le pagaron. Tiene la desventaja de que ser empresario está mal visto. Y qué malo que lo sea. Y qué malo que desconfiemos en automático de un empresario porque hay empresarios tramposos.