LO COTIDIANO SE VOLVIÓ PROHIBIDO
Llegué a vivir en 2003 a Veracruz. Era la época anterior a Fidel Herrera y Javier Duarte. No puedo decir que no existieran problemas, pero desde luego era un excelente lugar para vivir.
Mi esposa y yo pasamos muchos años, tanto sin hijos como con ellos, viviendo con bastante tranquilidad. Sí, ya empezábamos a preocuparnos por tener bardas más altas y una cerradura extra, pero en términos generales teníamos pocas restricciones. Como la prudencia aconseja, había rumbos en los que preferíamos no estar, pero no nos preocupaba tomar un taxi en la calle, salir en la madrugada de un bar, ir a caminar al boulevard, manejar en carretera por la noche.
Aún recuerdo cuando llegué en 2003 a Veracruz. Estuve en un hotel tres meses en lo que me alcanzaba Cristina, y era habitual salir los jueves al boulevard, comprar unas cervezas y caminar entre los automóviles estacionados, con las cajuelas abiertas, hasta encontrar uno con la música que me gustara. Sentarme junto al mar, escuchar la música bebiendo mi cerveza, y repetir la operación en el siguiente carro con música adecuada. “Miedo” no era una sensación que me pasara con frecuencia en esa época.
¿Cómo se llegó de ese ambiente a uno en el que una niña de 15 años es secuestrada, violada y asesinada? Es cierto que el caso de Columba Campillo no es ni de cerca el único. Bastante razón tiene la gente que dice que a este caso se le ha dado más difusión porque la familia de la víctima vivía en Costa de Oro y que llama más la atención un secuestro en el boulevard que otro en Río Medio IV sin que desde luego eso implique que unas vidas valgan más que otras.
Pero desde luego que los casos que uno considera más cercanos nos cimbran más. La niña iba en la misma escuela en la que mis hijos estuvieron hasta junio del año pasado. ¿Me topé con esa niña en los pasillos, me estacioné junto al carro de su mamá? ¿Cantó ella en el auditorio donde mis hijos tenían sus festivales? Con mi esposa comentamos que ella seguramente estaba en el salón en donde van hijos de amigos nuestros. Ella ha preferido no preguntar.
Mi esposa corría en el Boulevard. Yo iba por allá muy seguido. Todavía en enero que comí en el Venezziano, al terminar me fui caminando al hotel. A medio camino me pregunté si había sido prudente. Afortunadamente llegué. ¿Me rebasó Columba? ¿Estaba por ahí la presunta autora intelectual, que de acuerdo a las autoridades estaba tan interesada en mejorar su condición física que en ver a qué víctima enganchaba? La primera carrera de mi hijo mayor fue en ese boulevard, hace cuatro años.
Hacer un resumen de violencia es cada vez más complicado. Asaltos a mano armada dentro de bancos, el granadazo del Acuario, los 35 cadáveres de Barranca del Muerto, la persecución que terminó con el estallido del transformador, la casa de Costa de Oro que rafaguearon durante varios minutos, el amigo al que el crimen organizado no le permite usar su maquinaria, el que falleció prematuramente sin que podamos saber si la tensión a la que estuvo sometido por las amenazas sobre su familia influyó en su súbito deceso, las reuniones que empezaron a terminar más temprano, el que yo me quedara en hoteles si trabajaba hasta tarde en Xalapa para evitar pasar por Cardel cuando ya había oscurecido, los bares que fueron cerrando, las costumbres que fueron cambiando, la desconfianza ante cada niño nuevo en la escuela para ver si sus papás no eran “de los malos”… tantas y tantas cosas que fueron destruyendo lo cotidiano para imponer la nueva realidad, sin la esperanza de que los gobiernos estatales se pusieran del lado de la ciudadanía sino más bien constatando lo contrario.
Y así lo cotidiano se volvió prohibido. Ya no era aconsejable para una mujer ir al supermercado con bolso, y mucho menos con un niño a cargo. Ni siquiera a los supermercados localizados en las zonas residenciales. Ni siquiera a las 11 de la mañana. Una actividad aparentemente tan sencilla se convirtió para algunos en un desafío logístico.
Habrá quien diga que esto es exagerado y que se puede hacer exactamente lo mismo que hace 15 años sin precauciones especiales. Que la mayor parte de las jovencitas que salen a correr al boulevard no son asesinadas, y que la mayor parte de las bolsas en los supermercados no terminan siendo robadas. Esto último es cierto, pero ¿cuál es el umbral de lo tolerable? ¿es suficiente consuelo que las violadas, los muertos, los extorsionados, las asaltadas, sean minoría? ¿por qué mi familia y yo tuvimos que mudarnos a miles de kilómetros para volver a sentirnos seguros?
Lo único que me queda esperar es que lo de Columba Campillo provoque una importante reacción en la sociedad civil. El peor obituario para ella sería que “no pase nada”, como dice Javier Duarte…