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No dejemos caer a la CDMX

by | Jun 27, 2017

No dejemos caer a la CDMX       

 

Hace 15 años residir en la CDMX era sinónimo de convivir con la delincuencia común. Los que vivíamos en provincia sabíamos que no teníamos muchos de los satisfactores de la gran ciudad, pero que contábamos con una tranquilidad que nos compensaba.

 

Cuando en 2004 se hizo la gran manifestación en contra de la inseguridad, que AMLO llamó en un acto de comprensión política “Marcha de los Pirrurris”, para mí fue muy fuerte leer de primos y amigos la cantidad de veces que habían sido víctimas de la delincuencia. El número de autos robados, relojes arrancados o asaltos a mano armada era muy alto. No había Facebook ni Twitter por lo que mi universo era mis contactos en correo electrónico, pero definitivamente el problema estaba muy extendido.

 

Pero la situación empezó a cambiar. La tranquilidad en muchos lugares de provincia se esfumó. A mí me tocó el sexenio de Fidel Herrera y parte del de Javier Duarte en Veracruz, y fui sintiendo cómo se iba cerrando la pinza de un problema que parecía muy lejano y se fue extendiendo desde los remotos lugares con nombres de cárteles hasta literalmente nuestro vecindario. Y aunque también llegó la delincuencia común, no era esa nuestra principal preocupación, sino estar en el lugar inadecuado en el momento inadecuado frente a la bala inadecuada.

 

Y cuando los descabezados y colgados en los puentes peatonales eran noticia cada vez más común en provincia, las cosas en la CDMX empezaron a cambiar. No, no es que se haya reducido a cero el número de delitos. Pero había una tendencia a la baja, se dio una recuperación muy importante de los lugares públicos, creció un ambiente de tolerancia a minorías, y no parecía muy difícil elegir entre los problemas chilangos (que en un valet parking te robaran la llanta de refacción) y los problemas provincianos (amanecer en una olla de pozole).

 

Ahora la situación ha vuelto a cambiar. No, no porque en provincia se haya mejorado, al contrario. El mes pasado fue el más violento del milenio y es un monumento al fracaso de la “estrategia” de seguridad de EPN. Pero ya es inocultable la evidencia de la existencia del crimen organizado en la CDMX. No nada más el de las mafias de las delegaciones, no nada más el de los policías corruptos, no nada más el de los giros negros. No. El del crimen organizado como se entiende en otros lados del país, el que controla zonas enteras para extorsionar y conseguir puntos de venta de drogas, el que hace levantones masivos, el que está enquistado en Ciudad Universitaria, el que hace cada vez más un deporte extremo estar en la Condesa o en la Roma.

Y como en cada río revuelto, los delincuentes comunes hacen su agosto. Ya prácticamente no son noticia las fotos de “asalto a plena luz del día en la Avenida X” porque todos los días vemos varias.

Yo creo que un problema de México es su excesivo centralismo. Pero no es lo ideal resolver eso con el deterioro de la calidad de vida de los chilangos. Al contrario, todos debemos contribuir al rescate de nuestra capital.

 

Y como el gobierno no lo va a hacer y los demás estamos más lejos, pues la tarea principal le toca a los chilangos.

 

Que todos los días haya más chilangos con empatía, para dejar de lado la cultura del gandallismo y haya más solidaridad.

 

Que todos los días haya más chilangos conscientes, para que con algunos cambios de hábitos se reduzca la contaminación ambiental y la generación de basura.

 

Que todos los días haya más chilangos valientes, para que todo delito sea denunciado. De preferencia ante las autoridades correspondientes, pero en el peor de los casos en redes sociales.

Que todos los días haya más chilangos alertas, porque los delincuentes actúan muy cerca de su entorno. Hay que hacerles más difícil su labor.

 

Y por último pero no menos importante, que todos los días haya más chilangos con sentido común, para que entiendan que las quesadillas llevan queso.

 

A todos los mexicanos nos conviene una capital segura y habitable. No dejemos caer a la CDMX.